viernes, 11 de febrero de 2011

¡PIRATAS A LA VISTA!  (1ª parte)

Hola a todos

Robert L. Stevenson
Durante este curso académico, y siguiendo los planes de la Administración de potenciar la lectura en los centros educativos, se ha formado un grupo de trabajo en la Biblioteca del IES que está realizando distintas actividades en tal sentido. Una de ellas consiste en la lectura y dramatización en los distintos grupos del libro “La isla del tesoro”, novela de aventuras redactada por el británico Robert Louis Stevenson y publicada en el año 1883. Aparte de dicha actividad, los tutores respectivos tenemos el cometido de comentar, en lo posible, un poco de historia sobre la piratería y los piratas, tema central sobre el que versa la novela. Es en este contexto donde se inscribe la entrada de hoy. Quizás otro día hablemos de la “piratería” moderna, de esa tan actual que afecta a la propiedad intelectual de músicos, directores de cine o artistas de toda clase, a esa que los distintos Estados pretenden combatir coartando alguna que otra libertad del individuo reconocida en las distintas Cartas Magnas que pululan por esos mundos. De esa piratería que muchos defienden en aras de la libertad, de la necesidad o la falta de recursos, del uso o abuso de la misma por parte de algunos, de esa piratería, ya discutiremos otro día. ¿Hay alguien “libre de pecado” en este asunto? ¿Se la puede considerar como “piratería” o es un uso legítimo frente a los que quieren abusar de una u otra manera de su posición de privilegio estableciendo un control sobre lo que se debe o no hacer? Id pensando sobre esto.

El tema de la piratería “clásica” (permítaseme este término), es decir, el hecho de que algunas personas se dediquen al abordaje de barcos en alta mar para robar (esa es la definición de la Real Academia de la Lengua) no es nuevo, aunque sí parece tener una cierta actualidad por cuanto que una de las zonas marítimas más transitadas, la que conforma el llamado “cuerno de África” (entre el mar Rojo, el Arábigo y el océano Índico, coincidiendo con las costas de países como Somalia o Kenia, en el este del continente), está viviendo un resurgir de dicha actividad aprovechando el desgobierno y las crisis endémicas que sufren algunos territorios de la zona, fundamentalmente el somalí. Pero esto es asunto aparte. No hay que olvidar que en ciertas zonas del Pacífico, sobre todo en las costas del mar de China, alrededores de las Filipinas o Indonesia, la piratería es práctica común, aunque poco conocida en el mundo occidental.

Drakkar vikingo
La piratería es casi tan antigua como la existencia de la navegación, o más bien como la existencia de ciertas rutas de importancia comercial, caso del Mediterráneo, Golfo Pérsico o mar de China. Aunque el objetivo de la piratería no ha tenido que ser siempre el mismo (durante la Edad Antigua era fundamental, tanto o más que el botín material producto del saqueo de barcos o localidades costeras, la captura de personas para su posterior venta en los mercados de esclavos), es importante señalar su importante papel en aspectos tales como el desarrollo de la navegación o la expansión territorial. Es en este aspecto donde podríamos destacar a los vikingos (literalmente “el que va a saquear” o “merodeadores de la costa”), con sus expediciones a Gran Bretaña, Islandia, Groenlandia o ¿América?, y por supuesto en sus correrías europeas que les llevaron hasta subir por el Guadalquivir y saquear Sevilla.



sir Francis Drake
Pero demos un salto en el tiempo y vayámonos al descubrimiento y posterior colonización y explotación del Nuevo Mundo: América. Mientras los reinos hispánicos y otros territorios mediterráneos se ven sometidos al acoso continuo de la piratería berberisca por todo lo largo y ancho del Mare Nostrum (problema solucionado temporalmente tras la exitosa victoria de las naves cristianas comandadas por el bastardo real, don Juan de Austria, en la batalla de Lepanto de 1571), el conocimiento de las riquezas materiales encontradas por españoles, y en menor medida portugueses, en América abre el camino para que británicos y franceses, apartados de tal lucroso negocio, busquen fórmulas que interrumpan dicho comercio en beneficio propio, dañando de paso el creciente poderío político y militar de los Habsburgo españoles, dueños de un imperio “donde no se ponía el Sol”. Es en este contexto en el que aparece la figura del “corsario”, verdaderos saqueadores que, a título privado pero contando con la “patente de corso” que les proporcionaba el gobierno británico o francés normalmente en periodos de guerra, tenían potestad para llevar a cabo sus actividades dentro del marco de la legalidad. Aprovechando estas circunstancias muchos piratas se convirtieron en corsarios, algunos de ellos fueron considerados héroes en sus respectivos países e incluso ennoblecidos (como el caso del británico Francis Drake, que adquirió la categoría de “sir”), y normalmente cuando finalizaba su patente volvían a la vida civil como comerciantes respetables. Evidentemente, desde el punto de vista de quienes sufrían sus actividades (normalmente las posesiones españolas en América), no dejaban de ser meros saqueadores y ladrones. Diferenciar aquí la figura del corsario con la del bucanero o la del filibustero. Mientras el primero se aplicaba a ciertos habitantes de La Española de que se dedicaban a “la buca” (carne ahumada) y que, tras ser obligados a abandonar la isla se tuvieron que dedicar a la piratería, el filibustero se dedicaba también al contrabando de productos...


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