sábado, 26 de febrero de 2011

LA "SOLUCIÓN FINAL"  (2ª parte)

… Avancemos en el tiempo hasta el último cuarto del s. XIX. Una de las comunidades judías más numerosas, la residente en la Rusia zarista, se va a ver sometida a una serie de pogromos o matanzas indiscriminadas al ser señaladas, sin evidencias claras, como culpables del asesinato del zar Alejandro II en 1881. La violencia desatada durante varios años, con la connivencia de las autoridades rusas, sumió en la miseria a la comunidad hebrea del país, obligándola a la emigración masiva hacia otros países, como por ejemplo los Estados Unidos, que llegó a recibir a cerca de dos millones de judíos rusos hasta 1920. El “escándalo Dreyfus” (1898), quizás el más famoso de la Historia de Francia, es también un ejemplo claro del antisemitismo latente en importantes sectores de la sociedad occidental, sobre todo entre la clase más conservadora.


Theodore Herzl

Pero esta persecución no hace más que alentar la actividad reivindicativa de los judíos. En efecto, a finales del s. XIX el periodista austrohúngaro Theodor Herzl establece en su libro “El Estado Judío” (1896) las bases del sionismo, movimiento político laico que, como objetivo principal, defendía la creación de un Estado-nación de Israel en Palestina, idea muy en consonancia con el poderoso sentimiento nacionalista de la época. Sin embargo, la imposibilidad de que eso se pudiera conseguir en esos momentos (los territorios de la antigua Israel estaban controlados por el imperio otomano) llevan a la búsqueda de espacios temporales tales como Argentina o Kenia. Ese Hogar Nacional Judío, prometido durante la Gran Guerra a través de la Declaración Balfour (noviembre de 1917, donde el Secretario del Foreign Office británico reconocía al movimiento sionista británico el derecho a la creación de un Hogar Nacional Judío en el Mandato  Británico en Palestina) no sería reconocido oficialmente hasta finalizado el conflicto, cuando la recién creada Sociedad de Naciones reconoció en el mandato británico sobre Palestina de 1922 la necesidad de crear dicho Hogar en la región salvaguardando los intereses de todos los habitantes de la zona sin distinción de raza o religión. Las migraciones hacia la zona comenzaron a multiplicarse, pero no sería fácil el asentamiento a pesar del interés de muchos hacendados de origen turco de relanzar la economía de la zona, y ello fundamentalmente en la década de los años 30 por el sentimiento pronazi del Mufti de Jerusalén (máxima autoridad legal de la región).


  
Adolf Hitler
Y es aquí hasta donde quería llegar, es decir, a la relación de los judíos y los nazis. La comunidad judía alemana era muy importante en todos los aspectos, y su participación durante la Gran Guerra destacadísima (a destacar, por ejemplo, la figura de Walther Rathenau, destacado miembro de la comunidad judía alemana que fue el encargado del suministro de materias primas durante la guerra). Pero para hablar del nazismo y de su ideología es preciso mencionar a su líder, el austriaco Adolf Hitler. Este inadaptado social, aspirante a pintor de familia desestructurada, sobrevive a la Gran Guerra y es enviado por sus superiores a dar charlas de reeducación a soldados “afectados” por la ideología bolchevique. Es en esa labor donde entra en contacto con el DAP (Partido Obrero Alemán), uno de los muchos minúsculos partidos de ideología völkischt que funcionaban en la recién creada República de Weimar intentando recuperar el sentimiento nacionalista conservador típico del ámbito germánico en el s. XIX. Hitler, furioso antisemita, consigue desplazar a su creador, Anton Drexler, y refundar el partido, que pasa a denominarse como NSDAP (partido nacionalsocialista obrero alemán), dotándolo de nuevas bases teóricas. Éstas, al igual que el fascismo italiano, carecen de un fundamento lógico, formándose a la par que va creciendo su número de afiliados. Su Programa de 25 Puntos recoge los objetivos básicos del partido (en algunos de ellos ya se introducen elementos racistas y antisemitas), pero es en otro libro donde se fundamenta con fuerza el antisemitismo de Hitler.

Tras su breve paso por la cárcel de Landsberg en 1924 (fruto de su condena por participar en el intento de golpe de Estado contra el gobierno de Weimar conocido como el “putsch de la Cervecería” a finales de 1923), aprovecha para redactar su libro-ideario, el Mein Kampf (Mi Lucha), donde recoge sus principales ideas políticas, económicas y sociales, así como aspectos personales como su infancia o su juventud en Viena. Es de esta época vienesa donde entra en contacto con grupos antisemitas temerosos de lo que ellos llamaban “la conspiración judía”, o sea, el supuesto intento por parte del judaísmo de hacerse con el control de los principales centros de poder político y económico del mundo a través de la masonería o el bolchevismo, por ejemplo (esta teoría surgió a partir de los llamados “Protocolos de los sabios de Sión”, panfleto antisemita publicado por primera vez en la Rusia zarista en 1903 para justificar los pogromos que vivía el país en la sospecha que dichos protocolos, considerados reales, indicaban claramente esta conspiración mundial judía. Ya en la década de los años 20 se pudo demostrar que los documentos eran sólo un engaño creado, casi con total seguridad, por la policía secreta zarista). De la visión distorsionada de estos documentos, del ambiente antisemita que vive Viena en esos años, y de la posterior derrota de los alemanes en la Gran Guerra (también se culpa a los judíos de la “traición” en la retaguardia) y el sentimiento de derrota que se derrama por toda la población alemana, bebe Hitler para crear todo una teoría xenófoba antisemita que, al menos después del crack del 29 y la caída de Alemania en una profundísima crisis económica y social, permitirá a su partido el crecimiento exponencial en cada una de las elecciones celebradas en Alemania a partir de dicho año.



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